Hay dos cosas que a mi madre no le gustan
mucho de mí: una, la forma en que asumo el periodismo “–jah, ¿ahora
eres político tú?”, me dice–; y la otra, que siempre estoy viajando
–“¡allá va el caracol!, ¿y para dónde vas ahora?, ¡oye, que no paras la
pata!”, me vuelve a decir–. Yo sé que ambas tienen que ver con peligro
para “su hijo” –“hijo eres, padre serás”, me recalca siempre que puede–,
pero es que, como siempre le digo, son mis mejores maneras de ser
libre.
Yo no sé los demás, pero cuando yo viajo, o cuando hago PERIODISMO, yo me siento libre.
Viajar, no importa si es cogiendo botella (autostop), en Astro (empresa que cobra los pasajes con precios por los astros),
en tren (ehhhhh, no tanto); como quiera que sea que llene mi mochila de
mil campañas –cinco años de universidad no le bastaron y sigue en la
pelea– y me ponga al amparo de este cielo inmenso y azul de mi Cuba, soy
feliz, porque me muevo: soy libre.
Y hacer PERIODISMO, así, en altas,
que es cuando digo las cosas como son, sin resquemores, y siento que
cumplí mi deber, aunque siempre a expensas de algún cocotazo; cuando le
canto las cuarenta a quienes no hacen lo que tienen que hacer, o cuando
sugiero con análisis buenas formas de hacer, o entrevisto a un viejito
que fundó las Asambleas Municipales del Poder Popular y me dice que
trabajó como un mulo –y es cierto– y que nunca incumplió –y es cierto–,
entonces siento que escogí, o me escogió, no sé bien, la carrera
adecuada, al de mis sueños.
Pero me asalta, cuchillo y pistola en
mano, una duda… y qué clase de duda, se imaginarán que es tan grande
como indefinible… A ver, tiene ocho letras y empieza LIBER y termina en TAD: ¿soy libre?
Lo bueno es que sé la respuesta, y no me
preocupa demasiado encontrarle, por el momento, otras respuestas: no, no
soy libre y no lo seré nunca. No seré libre de mi historia ni del
futuro que labren mis manos. No seré libre nunca de Cuba, porque ella es
una dama caprichosa y bella, y a damas así yo las amo. No seré libre
nunca de la mirada celosa de quien tiene inseguro el sueño y el suelo
porque hace mal: yo siempre seré un peligro para ellos. No seré libre
porque mis letras son lanzas para muchos corazones: a veces saben dulce,
a veces amargas, a veces, las mismas letras, saben diferente para
diferentes personas…
En fin, no seré libre nunca porque el
vientre de mi madre me escogió esta isla para nacer, y desde siempre,
aunque a ella le preocupe mucho ahora, me enseñó a decir la verdad, a
querer ser justo…, y me hizo muchos cuentos de viajes por toda Cuba
(jejeje).
Pero esa forma de no ser libre me gusta,
esa forma es la que me dice que solo se es libre mientras se lucha por
serlo, que no existe la libertad sino cuando la buscamos, la
desempolvamos, y se la tiramos en la cara a quienes quieran quitárnosla.
Por eso viajo, viajo todo lo que puedo
con mi exiguo salario y la siempre necesaria ayuda de mi familia. Y
entonces descubro historias, o mejor, descubro la Historia de mi país,
de mi isla en cada lugar que voy, en cada persona nueva que conozco. Y
regreso luego con el periodismo en ristre, soñando, como lo hacen los
muchachos de La Joven Cuba, o los demás blogueros revolucionarios cubanos de hoy, en alzar las voces para que se oiga un DIÁLOGO NACIONAL,
para que Martí no se piense, ni por un segundo, que nos olvidamos de
él, para que sepa quien necesite saberlo, que los jóvenes cubanos no
estamos “desviados”, o “vendidos”, y menos, que no hay futuro en
nosotros.
Pero mami, cuando me ve así, siempre se
preocupa –creo que las madres tienen esa predisposición genética– y no
entiende que soy como ella, que me parió bien.
Hace quince días, disfruté, como siempre
lo hago, de amanecer, y atardecer, y amar a una mujer, y rodar, y
escribir en más de una ciudad y un campo y un mar del occidente cubano. Y
siempre, siempre que puedo darme ese placer pienso lo hermoso que es
ser libre, lo genial de ver el sol desde el norte y desde el sur de mi
isla, aunque mami se preocupe porque yo me crea tan libre.
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