En aquel momento, Naron,
enormemente corpulento e increíblemente anciano, levantó la vista al
notar que se acercaba un mensajero.
-Naron -saludó el mensajero-.
¡Gran Señor!
-Bueno, bueno, ¿qué hay? Menos
ceremonias.
-Otro grupo de organismos ha
llegado a la madurez.
-Estupendo, estupendo. Hoy en día
ascienden muy aprisa. Apenas pasa año sin que llegue un grupo nuevo.
¿Quiénes son?
El mensajero dio el número clave
de la galaxia y las coordenadas del mundo en cuestión.
-Ah, sí -dijo Naron- lo conozco.
Y con buena letra cursiva anotó el
dato en el primer libro, trasladando luego el nombre del planeta al
segundo. Utilizaba, como de costumbre, el nombre bajo el cual era
conocido el planeta por la fracción más numerosa de sus propios
habitantes.
Escribió, pues: La Tierra.
-Estas criaturas nuevas -dijo
luego- han establecido un récord. Ningún otro grupo ha pasado tan
rápidamente de la inteligencia a la madurez. No será una equivocación,
espero.
-De ningún modo, señor -respondió
el mensajero.
-Han llegado al conocimiento de la
energía termonuclear, ¿no es cierto?
-Sí, señor.
-Bien, ese
es el requisito -Naron soltó una risita-. Sus naves sondearán pronto el
espacio y se pondrán en contacto con la Federación.
-En realidad, señor -dijo el
mensajero con renuencia-, los observadores nos comunican que todavía no
han penetrado en el espacio.
Naron se quedó atónito.
-¿Ni poco ni mucho? ¿No tienen
siquiera una estación espacial?
-Todavía no, señor.
-Pero si poseen la energía
termonuclear, ¿dónde realizan las pruebas y las explosiones?
-En su propio planeta, señor.
Naron se irguió en sus seis metros
de estatura y tronó:
-¿En su propio planeta?
-Si, señor.
Con gesto pausado, Naron sacó la
pluma y tachó con una raya la última anotación en el libro pequeño. Era
un hecho sin precedentes; pero es que Naron era muy sabio y capaz de
ver lo inevitable, como nadie, en la galaxia.
-¡Asnos estúpidos! -murmuró.
FIN
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