Por: Jorge Luis Salas Hernández
En los últimos años he leído menos pues el tiempo
para ello escasea. En función de eso he desarrollado varias estrategias: leer
al menos una o dos páginas del texto de turno antes de dormir ha sido una de
ellas; otra, andar con el texto siempre encima y aprovechar los espacios vacíos
del día. Esta última me ha reportado resultados, sobre todo porque he
convertido tiempo muerto en tiempo aprovechado.
Y lo que llamo tiempo
muerto es ese que nos obligan a emplear diariamente en la espera. Perder
tiempo esperando es una práctica negativa que se ha enquistado en nuestra
sociedad. Son muchos y muy diversos los espacios y los hechos en los que se
concreta esa práctica: una terminal de ómnibus, un hospital, la oficina de
algún burócrata, una cafetería... Si sumamos las horas que malgastamos en esos
espacios nos damos cuenta de que una media parte de nuestras vidas la hemos
dedicado a esperar. Esperar a que llegue la guagua, esperar para comprar los
mandados, esperar a que nos atienda un funcionario, esperar para que la
enfermera nos inyecte, esperar…lo peor de todo es que después de tantos años
esperando tampoco hemos aprendido la lección de ordenarnos en esa espera. Son
clásicos en las colas los individuos que violentan el derecho de los demás, que
irrespetan el tiempo de los demás, y le piden a los socios o socias que están
delante en la fila que los cuelen. Son clásicos también aquellos que piden el
último y luego se pierden sin darlo, y después regresan...Son clásicos los que
llegan a un cuerpo de guardia y entran directamente a ver al médico con el
pretexto de pedir una recetica. Ya incluso en algunas paradas de ómnibus no se
marca, se tantea en qué espacio detendrá su marcha el vehículo con el objetivo
de quedar más cerca y estar entre los primeros exprimidos que logran
salvajemente abordar.
No sé cómo he sobrevivido en estos años. Desde
pequeño hago colas. Muy pocas veces le solicito a algún conocido que está
delante que me ponga junto a él; mas bien espero siempre mi turno…y espero
leyendo…al menos he desarrollado el sexto sentido que permite convertir la
espera en algo productivo; la estrategia es simple: llego a la cola, pregunto
el último, rezo porque aparezca (me he convertido en un devoto de tanto rezar),
si el último aparece le pregunto detrás de quién va y así voy interrogando al
otro, y al otro, hasta ubicar al menos tres o cuatro rostros que me precedan;
luego espero y doy el último, y me hago visible para los tres rostros posteriores;
entonces me aparto, me siento en algún mueble, o en algún pedazo de portal o de
acera disponible, me recuesto a alguna columna, en fin, me pongo a buen recaudo
de lo que pueda suceder en la cola, abro mi libro y comienzo a leer, a cada
rato identifico los rostros que me anteceden mientras observo también lo que
sucede en la imaginada fila: las discusiones, los coleros, los debates en torno
a la pelota, la cantidad de pollo que están dando, algún conocido que llega y
me saluda, y continúo leyendo hasta que se acerca mi turno. Creo que con esa estrategia
he logrado sobrevivir y por lo menos el pedazo de cola que me toca se organiza.
Y la pérdida de tiempo entonces la combato leyendo.
Tengo fe en que este año el tiempo dedicado a
esperar disminuya. El país debería también trazarse una estrategia sistémica
dirigida al ahorro de tiempo: desde la economía debemos declarar en quiebra a
aquellos comercios que nos hacen esperar; desde lo jurídico debemos declarar ladrones
a todas las personas naturales y jurídicas que nos hacen esperar; desde la
salud debemos declarar incapacitados a todos los que nos hacen esperar. Tal vez
así nuestras esperas se reduzcan aunque yo tenga que buscar una nueva
estrategia para leer.
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