jueves, 3 de enero de 2013

Lecturas contra la espera



Por: Jorge Luis Salas Hernández

  Leer es uno de los actos que más disfruto. Similar placer me producen un buen policiaco, una novela, un texto de historia o de filosofía. Los primeros libros por los que transitaron mis ojos fueron El amor en los tiempos del cólera y A sangre fría; ambos solo tienen en común el hecho de que sus autores fueron excelentes periodistas. Cursaba entonces el noveno grado. Pero me introduje de a lleno en el mundo de la lectura mientras cumplía con el servicio militar; por esa época la confluencia de unos nuevos conocidos con la disponibilidad de tiempo me llevaron hasta Isabel Allende, Leonardo Padura, José Saramago, Dulce María Loynaz, Alejo Carpentier y un centenar de escritores que expandieron mi estrecho horizonte cultural.

En los últimos años he leído menos pues el tiempo para ello escasea. En función de eso he desarrollado varias estrategias: leer al menos una o dos páginas del texto de turno antes de dormir ha sido una de ellas; otra, andar con el texto siempre encima y aprovechar los espacios vacíos del día. Esta última me ha reportado resultados, sobre todo porque he convertido tiempo muerto en tiempo aprovechado.
Y lo que llamo tiempo muerto es ese que nos obligan a emplear diariamente en la espera. Perder tiempo esperando es una práctica negativa que se ha enquistado en nuestra sociedad. Son muchos y muy diversos los espacios y los hechos en los que se concreta esa práctica: una terminal de ómnibus, un hospital, la oficina de algún burócrata, una cafetería... Si sumamos las horas que malgastamos en esos espacios nos damos cuenta de que una media parte de nuestras vidas la hemos dedicado a esperar. Esperar a que llegue la guagua, esperar para comprar los mandados, esperar a que nos atienda un funcionario, esperar para que la enfermera nos inyecte, esperar…lo peor de todo es que después de tantos años esperando tampoco hemos aprendido la lección de ordenarnos en esa espera. Son clásicos en las colas los individuos que violentan el derecho de los demás, que irrespetan el tiempo de los demás, y le piden a los socios o socias que están delante en la fila que los cuelen. Son clásicos también aquellos que piden el último y luego se pierden sin darlo, y después regresan...Son clásicos los que llegan a un cuerpo de guardia y entran directamente a ver al médico con el pretexto de pedir una recetica. Ya incluso en algunas paradas de ómnibus no se marca, se tantea en qué espacio detendrá su marcha el vehículo con el objetivo de quedar más cerca y estar entre los primeros exprimidos que logran salvajemente abordar.
No sé cómo he sobrevivido en estos años. Desde pequeño hago colas. Muy pocas veces le solicito a algún conocido que está delante que me ponga junto a él; mas bien espero siempre mi turno…y espero leyendo…al menos he desarrollado el sexto sentido que permite convertir la espera en algo productivo; la estrategia es simple: llego a la cola, pregunto el último, rezo porque aparezca (me he convertido en un devoto de tanto rezar), si el último aparece le pregunto detrás de quién va y así voy interrogando al otro, y al otro, hasta ubicar al menos tres o cuatro rostros que me precedan; luego espero y doy el último, y me hago visible para los tres rostros posteriores; entonces me aparto, me siento en algún mueble, o en algún pedazo de portal o de acera disponible, me recuesto a alguna columna, en fin, me pongo a buen recaudo de lo que pueda suceder en la cola, abro mi libro y comienzo a leer, a cada rato identifico los rostros que me anteceden mientras observo también lo que sucede en la imaginada fila: las discusiones, los coleros, los debates en torno a la pelota, la cantidad de pollo que están dando, algún conocido que llega y me saluda, y continúo leyendo hasta que se acerca mi turno. Creo que con esa estrategia he logrado sobrevivir y por lo menos el pedazo de cola que me toca se organiza. Y la pérdida de tiempo entonces la combato leyendo.
Tengo fe en que este año el tiempo dedicado a esperar disminuya. El país debería también trazarse una estrategia sistémica dirigida al ahorro de tiempo: desde la economía debemos declarar en quiebra a aquellos comercios que nos hacen esperar; desde lo jurídico debemos declarar ladrones a todas las personas naturales y jurídicas que nos hacen esperar; desde la salud debemos declarar incapacitados a todos los que nos hacen esperar. Tal vez así nuestras esperas se reduzcan aunque yo tenga que buscar una nueva estrategia para leer.          

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