Por: Jorge Luis Salas Hernández. Máster de la Universidad Hermanos Saíz. Pinar del Río.
“¡Tenemos papa!”, fue el grito con el que una
vecina me despertó esta mañana. Desde
hace días, pensé sorprendido por el atraso noticioso de la impertinente.
“¡Tenemos papa!”, oí decir a otro transeúnte y me asombré, en la cama, ante la
insistente desactualización de los sanluiseños.
Y es que justamente, desde principios de semana,
el mundo tiene Papa. Pero ya eso no es noticia. ¡Dos Papas! Uno emérito; el
otro comenzará a cosechar sus méritos a partir de ahora. Y lo hará en español.
El argentino ha decidido llamarse Francisco I. América es la presidenta pro
témpore de la Santa Sede después de siglos de presidencia europea.
Esta semana Tele Sur dio cobertura especial a la
selección del Sumo Pontífice, ¡y cuánto agradecí poder verla! Acabaron los
tiempos del minuto en el noticiero estelar, cuando uno solo podía apreciar el
humo blanco o el negro, pero quedaban colgados los deseos de curiosear, aunque
fuera a través del vidrio, en las interioridades de tanta vestimenta roja. En
esta ocasión bastaron menos de 72 horas para que los 115 cardenales se pusieran
de acuerdo y eligieran al Papa 266.
Una humanidad sin Papa es inconcebible,
esencialmente la parte católica de la humanidad, aquella que desde hace siglos
vive pendiente de la llegada ocasional y marcada del sucesor de Pedro al balcón
que da a la plaza que lleva el nombre del santo, y llena a todos con su
bendición; que vive pendiente de sus visitas a disímiles lugares del mundo para,
desde la diplomacia religiosa, mediar en conflictos.
En tiempos medievales y renacentistas el poderío
del Vaticano no tenía nada que ver con la modesta doctrina del carpintero
Jesucristo, el hombre de nuestra era. Hoy, la influencia del Vaticano se siente
menos pero la silla presidencial de ese Estado, el más pequeño del mundo, todavía
cubre de una alta embestidura religiosa y política al cardenal que la ocupe. Mucho
más cuando hay que enfrentar escándalos y comportamientos humanos que nada
tienen que ver con la doctrina cristiana. Y yo me pregunto: ¿cuánta
responsabilidad es capaz de soportar un anciano sobre sus hombros? ¿Cuánto más
puede hacer el Papa por el bien de la humanidad?
“¡Tenemos papa!”, volvió a gritar otro sanluiseño
que me sacó de mi ensimismamiento matutino dominical. Y un rebullicio se sentía
en la calle. Me levanté entonces de la cama y mi mamá me sacó inmediatamente de
mi error: “Trajeron las primeras papas del año al municipio”, me comenta.
¡Cuánta bendición!, pensé, y sonreí. El sagrado tubérculo llena de gloria la
mesa cubana por su multifuncionalidad y por su exquisitez. Mucho hace por
nosotros esa papa. Salí al portal y presencié una multitud mayor que la que se
agolpó esta semana en la Plaza de San Pedro. Comprendí entonces la alegría
matutina de un pueblo que hoy tiende más, desde mi empírica percepción, al
protestantismo que al catolicismo. Y supe entonces que tanta alegría no se
debía al Papa argentino sino a la Papa cubana. “¡Habemus Papam!”, pensé.
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