Por: Lázaro Boza Boza
Los tiempos actuales han abierto el debate sobre el nexo
urgente entre la identidad cultural y los procesos de desarrollo. Por regla
general los seres humanos aspiran a una vida mejor en la que el fruto de sus
esfuerzos, ya sean individuales o colectivos, generen la sensación de bienestar
que todos coincidimos en llamar, desarrollo. En términos generales, tal
tendencia a transformar los estadíos actuales en escenarios superiores, es el
motor que expande las potencialidades humanas.
El desarrollo está ligado a dos elementos sin los cuales
sería imposible asegurar metas a mediano y largo alcance: la identidad y la
sostenibilidad.
Una localidad que aspire al desarrollo, debe estar
visiblemente diferenciada e identificada, bien por sus rasgos culturales o por
los sucesos económicos que manifiestan mayor preponderancia en su decursar
histórico. También debe aspirar a que prevalezca su presencia y sus decisiones,
especialmente aquellas que tienen relación directa con su propio destino.
Para que el desarrollo pueda calificarse de, sostenible, es
necesario reforzar lo autóctono, que es consolidar la base autonómica sobre la
cual hemos de erigir el proyecto social que pretendemos. Visto así, podemos
convenir que, el desarrollo local sostenible debe ser reflejo fidedigno de la
identidad del grupo humano que lo impulsa, porque de otro modo se pondrá en
peligro la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus
necesidades, partiendo de la génesis motivacional que impulsara a sus
antecesores a colocar la primera piedra.
El fortalecimiento de la identidad cultural en el plano
local y su relación estrecha con las manifestaciones artísticas de un
territorio es uno de los retos mayores de la sociedad contemporánea, enferma de
globalización tecnológica y tendente al desvanecimiento de lo autóctono frente
al potencial invasivo de la llamada, cultura occidental y sus íconos, por lo
que, el desarrollo endógeno, como modelo destinado a potenciar las capacidades
internas de una comunidad, no es posible sin la identificación plena de los
seres humanos con las metas materiales y espirituales que aspiran alcanzar.
Muchos modelos y proyectos de desarrollo endógeno fracasan por la subestimación
del colectivo y el individuo dentro del contexto cultural, social, político y
tecnológico, frente al elemento económico.
De todos los cánones de la identidad conocidos no puede
prescindirse de la identidad cívica relacionada con las características
exclusivas de la localidad y la búsqueda de estímulos que despierten en la
población actitudes de integración, favorecer la gestión de las organizaciones
comunitarias y fortalecer la gestión institucional y financiera de las
organizaciones locales.
Un elemento que confirma lo necesario de generar una
identidad profunda en las comunidades que aspiran al desarrollo sobre bases
endógenas es el destierro, cada vez más generalizado, de antiguos modelos
relacionados con concepciones de desarrollo basadas en la inversión extranjera
y en las teorías que sustentan el hecho improbado de que, las grandes ciudades
al concentrar el crecimiento económico, propagan beneficios hacia las
poblaciones de menor volumen.
El desarrollo local, no estriba exclusivamente en factores
económicos, e inversiones extranjeras o domésticas, sino también de la
capacidad para reforzar los valores de identidad y pertenencia,
fundamentalmente en poblaciones pequeñas de entre 9 mil y 24 mil habitantes,
donde el “buen vivir” debe generarse a partir del esfuerzo horizontal de todos los
factores implicados en el mejoramiento y el cambio.
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