Una mujer periodista, es como una mujer escritora, pero no es igual. La escritora se revuelca con el papel, lo exalta, lo frustra: toda su alma creativa se cansa en la cuartilla y se comporta luego como un ser normal.
Sin embargo, una mujer periodista, es también creativa, pero muchas veces no puede comulgar con el papel hasta el orgasmo (téngase en cuenta lo terremótico del orgasmo femenino) y se tiene que conformar con la medianía de la política diaria, la farándula o los deportes. Entonces, toda esa necesidad de soltar al Vallejo, al Guillén o al Silvio, va a parar a tus oídos que se revuelcan en la floritura, se exaltan en la posibilidad y se frustran en el imposible.
Sí, el imposible, porque al final, la mujer periodista es una especie licantrópica que no puede escapar de la bestia en noches de luna llena, pero que la evita cuando recobra la cordura.
Ella sabe bien en dónde están las aguas de la vida, pero ha olvidado el camino o perdido la sed, por eso, basta que le pongas los oídos encima para que se siente ella encima de tu vida, y tu libre albedrío. Aunque creas que lo tienes todo controlado, que conoces cada perspectiva; en realidad te manipula, te condiciona, te gobierna con poder blando. No lo hace por malo: son gajes del oficio.
No te enamores de una mujer periodista si no estás dispuesto a dárselo todo sin resistirte, como quien pierde cada papel en un naufragio.
Pero peor sería intentar que una se enamore de ti si no estás dispuesto a recibir todo de ella: su Vallejo, su Guillén, su Silvio. No te imagines que lograrás meter el corazón de una mujer periodista en tu cama, sin que antes te revuelque, te exhalte y te frustre el tuyo mientras tú, todavía estás ahí, anonadado con el brillo de las cadenas que aún no has dejado de mirar.
Tomado de http://westerncongri.wordpress.com
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