Después de varios meses en Canadá él no ha logrado
acostumbrarse a su nueva vid. Claro, en la high
school no es bien visto ser muy aplicado en las clases, de hecho es todo lo
contrario. Allí son más populares con las chicas quienes sobresalen en los
deportes o los rebeldes sin causa. Varias veces se ha preguntado qué es él ¿cubano o canadiense? Solo antes de irse
a dormir él ilumina un tanto sus incertidumbres, gracias a su mamá que persiste
en una tradición muy particular.
De regreso en Cuba, su progenitora lo contaría así: “Aquí la
bandera es algo que uno asocia con los organismos, con la escuela, etc., pero
ese hijo que yo traje de vuelta se llevó de aquí dos banderas cubanas y todas
las noches tenía la misión de doblarlas. Desde mucho antes de enfermarse, y por
la noche la recogía y la doblaba como se hace oficialmente. Se añora mucho la
patria”.
Más al sur, mucho más al sur, ya es la hora de irse a casa
en un preuniversitario; antes, a un par
de alumnos le tocó la tarea habitual de arriar el pabellón nacional. Pero quien
los vio de lejos dudó que se tratara del mismo símbolo bajo el cual un puñado
de patricios, esclavos, campesinos e intelectuales ascendieron a la magnánima
condición de ciudadanos. Más bien parecía que cargaban un trozo de tela y no ese
que todos queremos ver ondear bien alto en las Olimpiadas.
Por desgracia, o por suerte todavía, ¡quién sabe! no todos
han estado fuera de Cuba para sentir acelerársele el corazón al escuchar La
Guantanamera, al toparse con una vieja etiqueta de la
cerveza Cristal o ver un diminuto
rectángulo con cinco franjas y una estrella. ¿ Será necesario poner un pie más
allá de este archipiélago antillano para comprender, en su justa medida, el
valor de la bandera nacional?. ¿Cómo hacer crecer el amor y respeto por el
símbolo más importante de la nación?
Este no es un proceso sencillo y al cual obviamente sería
imposible responder en estas líneas, las cuales son apenas un granito de arena
en un asunto sumamente controversial.
La sociedad de consumo lo resolvió a su manera. Por ejemplo,
las normas de la industria del cine en los Estados Unidos de América establecen
que en todos los films ambientados en dicho país después de
1776 es obligatoria la presentación, al menos una toma, del blasón de las
barras y las estrellas. Así, con las armas de siempre, su principal distintivo nacional
es un objeto mercantil y, por ende, comprable, vendible colocándose en los más
diversos formatos.
Ahí esta el caso del Gran Bretaña que antes, durante y
después de las Olimpiadas del Londres 2012 inundó al mundo con el gallardete
del Reino Unido. En zapatos, vestuarios y prendas de todo tipo ha aparecido la
bandera británica en una de los más grandes fenómenos de mercadeo del pasado
reciente. Dicho caso revive, por enésima vez, el punto de cuáles son los
límites del uso y abuso de la bandera nacional como parte de la indumentaria.
Ahora mismo, por la fuera de la circunstancias es más
probable ver a alguien con una imagen en el cual confluyen los símbolos de
Inglaterra y Escocia que con el enarbolado por primera vez por Narciso López.
Quizás nos ocurrió que en el afán de romper con los esquemas
de dominación simbólica volvimos a nuestra bandera en algo tan serio que terminamos alejándola de los
ojos de quienes empiezan a ver el mundo o por lo menos preguntarse el por qué
de las cosas.
Algo se ha hecho y el empuje de la artesanía popular
probablemente tenga una alta responsabilidad en eso. No obstante todavía parece
ser relativamente más fácil hacerse de una bandera no cubana que una propia.
¿Vamos a la saga en esta puja simbólica? Quizás, pero aún es
posible recuperar el terreno perdido. Tal vez las primeras oportunidades estén
no dejar morir la devoción de una niña de cuatro años mientras da sus primeros
pasos en el idioma y el raciocinio primigenio explicándote que eso que cuelga en el asta: es rojo, azul y blanco
y tiene una estrella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario