miércoles, 24 de abril de 2013

Mi bandera

Tomado de cubaizquierda.blogspot.com
Después de varios meses en Canadá él no ha logrado acostumbrarse a su nueva vid. Claro, en la high school no es bien visto ser muy aplicado en las clases, de hecho es todo lo contrario. Allí son más populares con las chicas quienes sobresalen en los deportes o los rebeldes sin causa. Varias veces se ha preguntado qué  es él ¿cubano o canadiense? Solo antes de irse a dormir él ilumina un tanto sus incertidumbres, gracias a su mamá que persiste en una tradición muy particular.
De regreso en Cuba, su progenitora lo contaría así: “Aquí la bandera es algo que uno asocia con los organismos, con la escuela, etc., pero ese hijo que yo traje de vuelta se llevó de aquí dos banderas cubanas y todas las noches tenía la misión de doblarlas. Desde mucho antes de enfermarse, y por la noche la recogía y la doblaba como se hace oficialmente. Se añora mucho la patria”.


Más al sur, mucho más al sur, ya es la hora de irse a casa en un preuniversitario; antes,  a un par de alumnos le tocó la tarea habitual de arriar el pabellón nacional. Pero quien los vio de lejos dudó que se tratara del mismo símbolo bajo el cual un puñado de patricios, esclavos, campesinos e intelectuales ascendieron a la magnánima condición de ciudadanos. Más bien parecía que cargaban un trozo de tela y no ese que todos queremos ver ondear bien alto en las Olimpiadas.
Por desgracia, o por suerte todavía, ¡quién sabe! no todos han estado fuera de Cuba para sentir acelerársele el corazón al escuchar La Guantanamera, al toparse con una vieja etiqueta de la cerveza Cristal o ver un diminuto rectángulo con cinco franjas y una estrella. ¿ Será necesario poner un pie más allá de este archipiélago antillano para comprender, en su justa medida, el valor de la bandera nacional?. ¿Cómo hacer crecer el amor y respeto por el símbolo más importante de la nación?
Este no es un proceso sencillo y al cual obviamente sería imposible responder en estas líneas, las cuales son apenas un granito de arena en un asunto sumamente controversial.
La sociedad de consumo lo resolvió a su manera. Por ejemplo, las normas de la industria del cine en los Estados Unidos de América establecen que en todos  los films ambientados en dicho país después de 1776  es obligatoria la presentación, al menos una toma, del blasón de las barras y las estrellas. Así, con las armas de siempre, su principal distintivo nacional es un objeto mercantil y, por ende, comprable, vendible colocándose en los más diversos formatos.
Ahí esta el caso del Gran Bretaña que antes, durante y después de las Olimpiadas del Londres 2012 inundó al mundo con el gallardete del Reino Unido. En zapatos, vestuarios y prendas de todo tipo ha aparecido la bandera británica en una de los más grandes fenómenos de mercadeo del pasado reciente. Dicho caso revive, por enésima vez, el punto de cuáles son los límites del uso y abuso de la bandera nacional como parte de la indumentaria.
Ahora mismo, por la fuera de la circunstancias es más probable ver a alguien con una imagen en el cual confluyen los símbolos de Inglaterra y Escocia que con el enarbolado por primera vez por Narciso López.
Quizás nos ocurrió que en el afán de romper con los esquemas de dominación simbólica volvimos a nuestra bandera en algo tan serio que terminamos alejándola de los ojos de quienes empiezan a ver el mundo o por lo menos preguntarse el por qué de las cosas.
Algo se ha hecho y el empuje de la artesanía popular probablemente tenga una alta responsabilidad en eso. No obstante todavía parece ser relativamente más fácil hacerse de una bandera no cubana que una propia.
¿Vamos a la saga en esta puja simbólica? Quizás, pero aún es posible recuperar el terreno perdido. Tal vez las primeras oportunidades estén no dejar morir la devoción de una niña de cuatro años mientras da sus primeros pasos en el idioma y el raciocinio primigenio explicándote que eso  que cuelga en el asta: es rojo, azul y blanco y tiene una estrella.

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