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lunes, 8 de abril de 2013
¡Goza Beyonce!
Pese a los incomprensibles silencios y el supuesto perfil bajo de su visita, Beyonce alborotó a esta Habana poco habituada a que la caminen superestrellas mundiales rodeadas de escaparates careperros y funcionarios sigiliaos. Tanto lío y tanta cosa, si total, mulatonas más esculturales y voluptuosas anuncian el Apocalipsis en cada esquina habanera…
Claro, ninguna de ellas han ganado 17 Grammys por su excelencia musical, ni le han cantado al presidente de Estados Unidos, ni han vendido millones de álbunes, ni son un símbolo racial y sensual reconocido en medio mundo, ni filman videos medio-lésbicos con Shakira y Lady Gaga, ni mucho menos están casadas con un multimillonario magnate de la industria discográfica…
Por cierto, mucho barullo con la Beyonce, pero de Jay-Z nadie decía nada. “Será por feo”, especula El Tocayo. Quizás. Lo tuve frente a frente, intercambié par de palabras con él, y les juro que si me lo topo en Centro Habana, fácilmente lo confundo con un vendedor de aromatizante.
Por eso me choca tanto el secretismo alrededor de la visita del célebre matrimonio. Si ellos de verdad hubieran querido anonimato en su quinto aniversario, tenían lugares menos concurridos que el Parque la Fraternidad para merodear. Incluso pasarían por cubanos, si no vinieran con su trouppe, y cuando más alguien pensaría: “Coñó, como se parece esa mulata a Beyonce… Ná… Con el baro que tiene esa jeva, qué va a ser ella…”. Que tampoco aquí la gente ve tanto TMZ, ni tanto MTV… Y ya les dije que el vidrio los ayuda, sobre todo a Beyonce…
La cosa es que, sabrá Dios por qué, decidieron venir a La Habana. Dicen que los invitó el Ministerio de Cultura, pero nadie lo confirma, aunque sus visitas a La Colmenita y al Instituto Superior de Arte son sugerentes. Además… ¿por qué La Habana y no un Cayo? Eso sí, nada de declaraciones, nada de fotos oficiales ni conferencias de prensa. Lo pidieron y se les respetó.
Pero siempre alguien habla, y me enteré de que La Colmenita les regalaría un espectáculo privado en su sede central. Allá me colé, con la promesa de no fotografiarlos ni de incordiarlos con preguntas indiscretas. Y sin la certeza de que aparecieran…
Fueron dos horas de zozobra, que pasé elucubrando posibles abordajes, enfoques, títulos para la crónica que ni siquiera sabía si escribiría. Cuando ya no sabía si estaba en Habanastation o en Sin embargo, Carlos Alberto Cremata, el director de La Colmenita, advirtió que posiblemente la función fuera suspendida, pues había una multitud alrededor del Saratoga para ver a Beyonce, y sus guardaespaldas no recomendaban salir. “Es la vida de quienes no tiene vida”, comentó Tin.
Pero vinieron. No quisieron hacerles ese feo a los niños. Beyonce llegó elegante y discreta, sin aspavientos, con una sonrisa gentil en la mirada y la roja boca. Llevaba un vestido naranja y una chaqueta oscura, el pelo en trenzas recogido en un moño a lo Miriam Makeba, y ademanes suaves y delicados. Nada que ver con el huracán de pelo suelto que desata en escena. A su lado, Jay-Z vestía una sobria camisa oscura, elegante y sereno. Llevaba su eterna mirada cansada y algo de esa altaneríagangsta que parece indispensable para ser sobrevivir en su mundo.
“Hola, hola”, saludó Beyonce en perfecto español, con una tremenda humildad que no parecía prefabricada sino genuina. Su esposo llegó en silencio, y se dispusieron ambos a disfrutar de uno de los clásicos de La Colmenita, La Cenicienta según los Beatles. Desde mi puesto apenas podía distinguirles el rostro, por la oscuridad y porque tampoco iba a estar de voyeur, faltara más. Todo fue gracioso y apacible, y la pareja miraba el espectáculo con sonriente displicencia, hasta que la banda infantil rompió con tronco de Let it be timbero que parecía decirle: “Hey, esto no es una obrita escolar. Y aprendan que no somo eternos”.
Ahí se chivó el caché: las estrellas del R&B y el Hip-Hop estaban marcando la clave cubana, y para el cierre del espectáculo, ya Beyonce estaba en el pasillo bailando con fiñes, emocionada y quizás loca por soltarse las trenzas. Como colofón y en el colmo del abuso, aquellos niños les dieron una clase magistral de percusión, cerrando con los Van Van y su timba con pop, “pa que los yumas no… no se crean que nosotros no”.
Aquello era ya un pandemonio. Yo no sabía si tomar notas, bailar o gritar qué dicha ser cubano, mientras los niños acababan de vapulear emocionalmente a Beyonce colándole en el coro timbero un inesperado “I’m a single lady, I’m a single lady”, que hizo a la artista sacar su cara de “What the…???”, y agradecer el gesto entre risas con el característico giro de manos del Oh, oh, oh… final. Apoteósico.
“Gracias. It was beautiful”, le dijo Beyonce a todos cuando terminaron. Firmó autógrafos, se fotografió con muchos. Me escabullí a un costado y casi cuando se iban, le pregunté a Jay qué le había parecido. “Impressive, man, very impressive”, me contestó. “¿Y no jugarías un partido de basket con los cubanos?”, insistí, consciente de su pasión por ese deporte. Soltó una risa divertida, casi burlona, algo así como “Basket? Cuba? Are you serious?”, y se despidió con un leve movimiento de cabeza, llevado por su guardaespaldas.
Fuera del teatro, un grupo de vecinos contemplaba desde las esquinas. Atardecía, y la gente en La Habana tiene demasiado ajetreo como para andarle cayendo atrás a los famosos. Además, para perseguir a Beyonce y a Jay-Z ya están los congresistas cubanoamericanos, que acaban de escribirle a la Oficina de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, preguntando qué tipo de visa recibieron los artistas, y cuestionándoles que hubieran venido a Cuba a celebrar su aniversario.
Así es la vida. Unos intentan tender puentes, otros se empeñan en dinamitarlos. Por suerte, a los cubanos nos sienta un estribillo que popularizó la Beyonce cuando era una Destiny Child, y decía…
“I’m a survivor, I’m not goin’ give up, I’m not goin’ stop, I’m goin’ work harder, I’m a survivor, I’m goin’na make it, I will survive, Keep on survivin’”
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